"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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21-08-2010 |
Martí, nacionalista antiimperialista
Estudiar las raíces de la izquierda -uruguaya y latinoamericana- obliga a sintetizar grandes períodos históricos y las tendencias ideológicas y políticas correspondientes.
Después de la obtención de las independencias de ‘nuestra'América -proceso culminado en 1825- es dominante el colonialismo británico en América del Sur y tenderá a predominar la naciente potencia norteamericana en América Central y el Caribe. Quedan retazos de la presencia española, como Cuba y Puerto Rico. El colonialismo británico mantiene durante algunas décadas, las pautas del español: importa materias primas y exporta manufacturas. Muerde las orillas de los territorios semi-coloniales, controla los puertos, el transporte marítimo, el comercio, otorga préstamos leoninos. Pero terminado el proceso de inversión de capitales en las metrópolis, el colonialismo se vuelve imperialismo, salto cualitativo dado porque la principal exportación será la de capitales, deformando en su beneficio, el desarrollo generado en las colonias y semicolonias. Invierte en obras de infraestructura, servicios públicos, introduce el telégrafo y el principal instrumento de penetración territorial, el ferrocarril. La crisis capitalista mundial de 1873 se resuelve con el dominio de los monopolios y el fin del capitalismo libre competitivo. La fusión del capital industrial y el bancario -el capital financiero- domina en el mundo. Los capitales extranjeros se apoderan de los medios de producción y recursos principales: frigoríficos rioplatenses, salitre chileno, estaño boliviano, petróleo venezolano.
Los afectados por las transformaciones resisten: el Paraguay anti-sistémico de Rodríguez de Francia y los López hasta su destrucción (1870); los federales argentinos opuestos al alud librecambista de manufacturas británicas con la intermediación porteña; los caudillos blancos, defensores de la soberanía y de la propiedad latifundista: Oribe, Berro, Leandro Gómez, Timoteo Aparicio, que arrastran a las masas gauchas de aspiraciones simples: aire libre y carne gorda.
Al margen de esas luchas, las ciudades -en particular, Montevideo en Uruguay- crecen con la emigración europea y de las zonas rurales del país, se extranjerizan, ven surgir organizaciones patronales nuevas (la Liga Industrial) y otras de la incipiente clase obrera. Las relaciones capitalistas se consolidan y en la industria se sustituye la mano de obra esclava por la asalariada. Aparecen sociedades de ayuda mutua, bibliotecas populares, y por fin, sindicatos. Los proletarios emigrantes de Europa aportan ideas anarquistas y socialistas, sus valores solidarios y también la incomprensión y el desprecio por la “barbarie gaucha”.
Es en Cuba donde se empalma la lucha final contra el colonialismo español con la inicial contra el imperialismo yanqui. José Martí (1853-1895) en su tiempo es el más profundo pensador hispanoamericano, y a la vez, hombre de acción, que escribe que “el que se ha encaramado con la muerte no acata la autoridad de quienes temen a la muerte” y que, fiel a su prédica muere en combate.
Martí logra lo que jefes anteriores no habían podido: la unidad de acción de todos los revolucionarios. Después de conocer “al monstruo por dentro” (vive años en EE.UU.) asume la tarea de organizar la “guerra necesaria”, la lucha armada. Su visión -en algunos aspectos- le permite anticiparse en dos décadas a las conclusiones de Lenin. Defiende la formación de un Gran Frente Anticolonialista, de composición policlasista; desconfía de la clase dominante y fundamenta que la columna vertebral de dicho Frente deben ser los trabajadores manuales unidos a los intelectuales y jefes militares revolucionarios; estima que la conducción debe ser política en manos del Partido Revolucionario Cubano, bajo la hegemonía de los sectores antedichos. ”El Partido Revolucionario Cubano es el pueblo de Cuba”, enseña y deja profunda huella, la que debiera considerarse al proponerse para Cuba el pluripartidismo, que en su historia posterior no dejó de ser la “pluriporquería” denunciada por Fidel. A Martí le toca enfrentar la ofensiva panamericana de EE.UU., en pos de la unión económica y política de las Américas bajo su hegemonía.
En materia política y social, Martí defiende una sociedad libre acompañada de justicia social, donde “todas las ideas se discutan”, “todos tengan derecho a pensar”, y donde también se coma , pues “con la democracia teóricamente no comen los infelices que están muriéndose de hambre”. No conoce a fondo el pensamiento de Marx, aunque tampoco lo ignora por completo. En cambio es influido por el norteamericano Henry George,(teórico en el que se basa Batlle y Ordóñez) para quien el mal social proviene de la acumulación de tierras en manos privadas, frente a lo cual propone nacionalizar la tierra y los servicios públicos. Martí va más allá de George y acepta la propiedad del Estado en importantes sectores de la economía, aunque dejando fuera de su órbita, las pequeñas y medianas empresas industriales, el crédito, el comercio, el transporte marítimo, y se muestra partidario de regular socialmente la propiedad privada. Por fin, enlaza la cuestión nacional con la cuestión social, combatiendo la segregación de los negros y mulatos, con lo que horroriza a la clase dominante.
El nacionalismo martiano es un indiscutible referente para nuestro tiempo y facilita la comprensión del retroceso que significa exculpar al imperialismo de los padecimientos de nuestros pueblos.
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